Cristianismo y persecución en nuestros días

Cristianismo y persecución en nuestros días

Cristianismo y persecución en nuestros días

 Las nuevas cruces del siglo XXI

Hoy más que nunca en la historia, el acceso a la información está más extendido y es más inmediato. Cualquiera con un teléfono móvil y acceso a internet puede enterarse de algo que ocurre al otro lado del mundo en tiempo real, e incluso ser el emisor de las noticias. Es muy difícil que algo pase desapercibido; sin embargo, sigue sucediendo. Quizás debido al gran influjo noticioso, la gran avalancha de información, hay una sobresaturación en la cual llega a ser difícil discernir. Pero ¿qué opinarían ustedes si les digo que el cristianismo hoy, en pleno siglo XXI —a pesar de ser la religión más popular del mundo, y sin duda la más extendida en Occidente— probablemente sea también la más perseguida? Seguramente, para muchos sea la primera vez que lo leen; seguramente también les parezca que exagero. Pero, en honor a la verdad, no es ninguna hipérbole. Las palabras de su mismo fundador no solo describen, sino que presagian un elemento que, a todas luces, parece ser esencial en la historia del cristianismo: la persecución.

Entonces los entregarán a ustedes para que los persigan y los maten, y los odiarán todas las naciones por causa de mi nombre.” Mateo 24:9

El cristianismo, desde sus albores, ha sido una religión perseguida y brutalmente reprimida. El ejemplo casi axiomático que tenemos es, sin duda, el destino de su figura central: el mismo Cristo. También el de sus doce apóstoles, de los cuales solo uno murió de viejo, completamente aislado de la sociedad. Pero no acaba allí.

En los primeros siglos, del I al IV, durante las persecuciones del Imperio romano, los historiadores estiman que hubo entre 3.000 y 10.000 mártires, aunque, en proporción, hablamos de un intento de erradicación en su momento.

Durante la Edad Media y las Reformas, entre los siglos V y XVII, el número aumenta: desde las cruzadas, las persecuciones mutuas entre católicos y protestantes, y más tarde en las misiones evangelizadoras en Asia, África y América, los estudios hablan de decenas de miles de víctimas.

Para los siglos XVIII y XIX, miles de cristianos fueron martirizados en distintos contextos, especialmente en Asia y Europa. En Vietnam, se estima que entre 100.000 y 130.000 cristianos fueron ejecutados; en Corea, alrededor de 8.000; y en China, unos 30.000, especialmente durante la Rebelión Boxer. En Japón persistieron persecuciones menores, con cientos de víctimas. En Europa, la Revolución Francesa provocó la muerte de entre 2.000 y 5.000 religiosos que se opusieron a las reformas anticlericales.

En el siglo XX, el cristianismo enfrentó algunas de las persecuciones más intensas de su historia, dejando millones de mártires en todo el mundo. En México, la Guerra Cristera (1926–1929) causó la muerte de miles de católicos que resistieron las leyes anticlericales del régimen. En España, durante la Guerra Civil (1936–1939), más de 6.800 religiosos fueron asesinados. En Europa del Este y la Unión Soviética, los regímenes comunistas reprimieron violentamente a las iglesias, con decenas de miles de mártires. En Asia, especialmente en China, Corea del Norte y Vietnam, los cristianos también sufrieron severas persecuciones bajo gobiernos totalitarios. El siglo XX se convirtió así en uno de los más sangrientos para los creyentes, marcado por el choque entre ideologías totalitarias y la fe cristiana.

Pero, a pesar del somero repaso histórico, lamentablemente no es historia la persecución, y justamente ese es el motivo de este artículo.

Organizaciones como Open Doors, Aid to the Church in Need y el Center for the Study of Global Christianity (CSGC) han estimado que:

En promedio, más de 100.000 cristianos han sido asesinados por motivos de fe cada década en tiempos recientes. Es decir, es un hecho terrible que está en pleno desarrollo y que apenas aparece en las noticias. En contraste, por ejemplo, con el caso de los palestinos, que llena los portales de los grandes medios diariamente, la de los cristianos es una persecución ignorada, tanto que ni el propio Papa Francisco suele referirse demasiado al tema. El hecho real es que, hoy en día, hay persecución de cristianos en los cinco continentes.

Comencemos por Asia, donde la situación es crítica. Por supuesto, el primer ejemplo que se nos viene a la cabeza es el reino ermitaño: Corea del Norte, que encabeza la lista como el país más hostil hacia los cristianos, donde la práctica de una fe adversa al Juche —la religión laica impuesta por la dinastía Kim— puede costar unas vacaciones indefinidas y sin retorno a uno de sus gulags vernáculos. En China, las iglesias clandestinas son perseguidas, puesto que las que sí cuentan con permiso son estrictamente vigiladas y sus contenidos, controlados por el Partido Comunista. En India y Pakistán, los ataques por parte de grupos nacionalistas hindúes e islámicos van en aumento, mientras que en Afganistán e Irán, la conversión al cristianismo puede ser castigada con la muerte.

En Oriente Medio, la persecución arrasó con milenarias comunidades cristianas. En Irak, el avance del Estado Islámico entre 2014 y 2017 causó lo que muchos organismos califican como un verdadero genocidio religioso. Iglesias reducidas a cenizas, hogares marcados con la letra “ن” (de «nazareno») y conversiones forzadas fueron el pan de cada día para miles de familias. Hoy, la presencia cristiana en ciudades como Mosul ha sido reducida a una pequeña fracción. En Egipto, la Iglesia Copta de Alejandría —probablemente la rama del cristianismo más antigua aún existente— es constantemente víctima de ataques que han destruido más de la mitad de sus templos.

En África, la violencia de grupos islamistas pone en peligro a comunidades enteras. Nigeria es el país más letal del mundo para los cristianos. Según el informe de Puertas Abiertas correspondiente al período de octubre de 2023 a septiembre de 2024, se registraron 4.476 cristianos asesinados por su fe en todo el mundo, de los cuales 3.100 ocurrieron en Nigeria, lo que representa el 69 % del total global. Para tomar un hecho de estricta actualidad, el pasado 14 de abril, grupos yihadistas en el estado de Plateau acabaron con la vida de 52 agricultores cristianos. También países como Eritrea, Somalia, Sudán, El Congo, Chad, Malí, Burkina Faso y Mozambique son altamente peligrosos para la práctica de la fe cristiana.

En América Latina, si bien la persecución no suele provenir del Estado, hay focos preocupantes. En México y Colombia, líderes cristianos son blanco del crimen organizado por denunciar la violencia o proteger a jóvenes de la droga. En Nicaragua, el régimen de Daniel Ortega intensificó en 2022 su arremetida contra la Iglesia católica. El obispo Rolando Álvarez, una de las voces más críticas, fue condenado a 26 años de prisión por “traición a la patria”. Similar es el caso de Cuba, donde ser cristiano siempre te hace sospechoso de críticas al régimen comunista y candidato a una mazmorra.

Incluso en Europa del Este y Rusia, la libertad religiosa se ve condicionada por legislaciones que restringen la actividad misionera y marginan a denominaciones no oficiales. Mientras tanto, en Occidente, aunque no hay persecución física, muchos cristianos denuncian una creciente presión cultural, legal y social que limita su libertad de conciencia. En 2021, la exministra del Interior de Finlandia, Päivi Räsänen, fue llevada a juicio por expresar su visión cristiana sobre el matrimonio en redes sociales. Aunque finalmente fue absuelta en 2022, el proceso judicial fue seguido de cerca como un ejemplo del debate sobre libertad de expresión religiosa en democracias liberales.

No es menor la creciente agresión, principalmente de grupos musulmanes, a expresiones cristianas en países como España y el Reino Unido. Se han viralizado un sinfín de muestras de esta índole, sobre todo durante el Ramadán o la Semana Santa, donde se ve a islámicos increpando abiertamente y hasta agrediendo a cristianos por poner en práctica tradiciones que son parte de la cultura de estos mismos países donde ellos son migrantes. Pero las agencias noticiosas y las instituciones formales en dichos países han hecho caso omiso de estos hechos.

Visto lo visto, la pregunta no es si los cristianos siguen siendo perseguidos; la pregunta sería por qué. No puede ser casualidad que el mismísimo Cristo advirtiera de persecución en más de diez ocasiones en los evangelios, que sus apóstoles hayan sido perseguidos y martirizados, que en todos los siglos haya habido persecución, y más aún, que hoy en día —con el avance en materia de derechos humanos, con el avance tecnológico, principalmente reflejado en la capacidad de estar informado, la velocidad y acceso a esa información— sigan siendo la religión más perseguida del mundo y en los cinco continentes.

¿Será que los principios del cristianismo como la verdad, la justicia, el perdón, el sacrificio, la gracia, la esperanza y el amor al prójimo resultan no solo incómodos, sino peligrosos para los regímenes tiránicos donde quiera que estén?

En vísperas de un nuevo aniversario de la crucifixión de Cristo, la memoria de su pasión y muerte resuena con una fuerza particular en un mundo donde miles de cristianos siguen cargando sus propias cruces. La sangre cristiana sigue siendo derramada. Esta realidad nos confronta con una paradoja dolorosa: aquel que enseñó el amor y el perdón fue crucificado, y quienes hoy lo siguen, muchas veces, comparten su destino de rechazo, castigo y muerte.

La cruz, entonces, no es solo símbolo de redención, sino también de solidaridad con quienes sufren injustamente. Reflexionar sobre la pasión de Cristo es también mirar el rostro de nuestros hermanos perseguidos y, principalmente, asumir el deber social y político que conlleva. Una sociedad más libre, donde cada quien pueda tener el culto que desee y expresarse como desee, con respeto por el prójimo y donde se pueda vivir en paz, solo parece posible si se ponen en práctica valores cristianos. De momento, solo podemos decir, a los ojos de la evidencia, que, lamentablemente, muchas personas siguen con la cruz a cuestas en pleno siglo XXI.

Lic. Francisco Finol Balzán

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